En el año 2004, Zigmunt Bauman decía en su libro “Modernidad Líquida”; “En el lenguaje simple, todas estas características de los fluidos implican que los líquidos, a diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente su forma. Los fluidos, por así decirlo, no se fijan al espacio ni se atan al tiempo. En tanto los sólidos tienen una clara dimensión espacial, pero neutralizan el impacto –y disminuyen la significación- del tiempo (resisten efectivamente su flujo o lo vuelven irrelevante), los fluidos no conservan una forma durante mucho tiempo y están constantemente dispuestos (y proclives) a cambiarla; por consiguiente, para ellos lo que cuenta es el flujo del tiempo más que el espacio que pueden ocupar. En cierto sentido, los sólidos cancelan el tiempo; para los líquidos, por el contrario, lo que importa es el tiempo. Estas razones justifican que consideremos que la fluidez o la liquidez son metáforas adecuadas para aprehender la naturaleza de la fase actual –en muchos sentidos nuevas- de la historia de la modernidad”.
Es una metáfora
potente, ilustrativa y caracterizadora de la época actual, que se asemeja más a
un tiempo de fluidos cambiantes que de certezas solidas. Dicha metáfora permite
contraponer la CULTURA SÓLIDA (el peso) del siglo XX con la INFORMACIÓN LIQUIDA
(la levedad) que está emergiendo en este siglo XX1 impulsada por la
digitalización.
¿Qué significa o a qué se refiere la denominada CULTURA SÓLIDA? En primer lugar, podemos definir la cultura de estos dos últimos siglos como sólida porque existían certezas o conocimientos estables que se transmitían de una generación a otra sin que hubiera cuestionamientos o replanteamientos relevantes.
Era conocimiento
sólido porque su transformación era un proceso que requería muchos años y su
generalización hasta convertirse en hegemónico tardaba varias décadas. Era la
solidez de las verdades, bien razonadas, frente a la ligereza o relativismo de
las opiniones.
En segundo lugar, podemos hablar de cultura sólida porque la información era guardada y almacenada en soportes físicos, es decir, en un objeto sólido. Por ejemplo, libros, cuadernos, legajos o cualquier otro soporte de papel. Con el paso de los años se crearon otros soportes como las películas, cintas, discos de vinilo o el propio CD-ROM. La información era algo físico, o al menos estaba vinculada indisociablemente a lo material. Esto supuso, que surgiera una industria cultural que producía, en gran escala, dichos soportes y que requería un alto coste económico tanto para su fabricación como para su distribución. El autor o creador necesitaba de forma ineludible de fabricantes de estos objetos culturales sólidos si quería que llegase al público. El escritor necesitaba de la editorial, el músico de la discográfica y el cineasta de la productora.
En tercer lugar, el
proceso de creación, producción y difusión de la obra cultural era lento y
requería un tiempo largo desde la idea inicial hasta su difusión al gran
público. La cultura era sólida porque adoptaba el formato de obra cerrada,
definitiva, inalterable. Producir cultura, fuera en su versión libro, obra
musical o audiovisual, era un proceso que consumía mucho tiempo y esfuerzo no
solo intelectual, sino también organizativo, logístico y económico. Por ello,
cuando se generaba la obra, esta ya difícilmente podía ser modificada,
revisada, rehecha o transformada. Evidentemente, en el ámbito de lo impreso
existe el concepto de edición revisada, o de nuevas versiones grabadas de una
canción, pero lo sustantivo o fundamental de la obra sigue intacto.
Este tipo de cultura
de lo sólido utilizó dos instituciones para su conservación: las bibliotecas y
el sistema educativo. Por una parte, convirtieron al libro en canon cultural de
referencia u objeto de cultura por antonomasia. Por otra, enfatizaron su
función guardadora de las esencias culturales del pasado para transmitírselas a
las generaciones futuras. Las bibliotecas y las escuelas fueron dos
instituciones que se necesitaron, que se complementaron mutuamente. Las
bibliotecas ofrecían los libros y los institutos formaban a los lectores.
Sin embargo, los
objetos culturales que fueron creados a lo largo del siglo XX están
desapareciendo. Han dejado de ser útiles y no se fabrican. Las TIC han
provocado, o al menos han acelerado, una revolución de amplio alcance en
nuestra civilización que gira en torno a los mecanismos de producción,
almacenamiento, difusión y acceso a la información, al intercambio de los
flujos comunicativos entre las personas y a las formas expresivas y de
representación de la cultura y el conocimiento. Los nuevos tiempos han traído
nuevos actores que están cambiando la experiencia cultural; internet, la
telefonía móvil, los videojuegos y demás opciones de la sociedad digital. Lo
digital es una experiencia líquida.
En esta segunda
década del siglo XXI prima el software, o sea la levedad, la fluidez, la
capacidad de adaptación a las formas cambiantes en los escenarios líquidos de
la sociedad digital. Internet, y muy especialmente la llamada WEB 2.0, ha
trastocado las reglas de juego tradicionales de la producción, difusión y
consumo de la información y la cultura. Pero también ha transformado los
mecanismos y procesos de interacción comunicativa de las personas, generando un
cambio profundo en nuestras experiencias culturales y de relación social.
La cultura del siglo XXI está siendo construida a través de múltiples y variadas formas simbólicas y difundida mediante tecnologías diversas.